Ante la hegemonía mundial de EE.UU. y la gran dependencia internacional de las estructuras financieras basadas en el dominio del dólar, cada vez más países están optando por fortalecer su moneda y buscar alternativas que les permitan reducir su exposición a la divisa estadounidense y mitigar algunos riesgos.

Cada vez más países parecen no aceptar su subordinación al orden unipolar derivado de la política exterior de Washington y han dado pasos en la dirección de desarrollar capacidades conjuntas para instrumentar sus relaciones comerciales al margen del dólar y de las redes monetarias y bancarias occidentales. El paradigma de esta política de desdolarización lo constituyen principalmente los países miembros de los BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Emiratos, Arabia Saudí, Egipto, Irán y Etiopía) y la ola de innovaciones y disrupciones tecno-financieras (“fintech”) que están ya impactando en las relaciones geopolíticas, abriendo posibilidades cada vez más reales para la conformación de un mundo menos unipolar y más multipolar.

Como se refería la consultora de investigación con sede en Londres, Pareto Economics, la hegemonía de EE.UU. se debe fundamentalmente al desarrollo de seis “centros de poder”: “La relevancia y la influencia de una nación se miden por su capacidad para desarrollar, mantener y liderar en seis cuestiones que están interrelacionadas e interconectadas a la vez, las cuales son llamadas “centros de poder”. Estos incluyen: fuerza económica, mercado de consumidores activos, producción de recursos sistemáticamente importantes, posicionamiento geoestratégico, base militar y liderazgo tecnológico” (Pareto Economics, Guía básica sobre el riesgo geopolítico y su impacto en el Fintech, 2021).

En efecto, la hegemonía global de EE.UU., como es común a otras formas imperiales históricas, ha consistido en presionar a otros países no alineados con su agenda e intereses a través del desarrollo de los mencionados “centros de poder”. Una dinámica que en el caso norteamericano tiene su origen y fundamento en los Acuerdos de Bretton Woods y en el sistema del petrodólar. Sin embargo, existen potencias como China, Rusia, India, que en los últimos años han descubierto y demostrado su capacidad de fortalecer sus propios centros de poder para contrarrestar las medidas de subordinación hacia EE.UU. y la dependencia del dólar que poseen sus economías y mercados. Si estos centros de poder se consolidan podrían significar un punto de inflexión en la concentración del poder global que todavía radica en el Atlántico Norte (FMI, BM, FED, BCE, OTAN, G-7, OCDE) y propiciar definitivamente un cambio de orden mundial.

Considerando lo anterior, es importante preguntarse si el hegemón angloamericano será capaz de contrarrestar los impulsos hacia la desdolarización por parte de los BRICS+, al mismo tiempo que conserva la lealtad y subordinación no sólo de Europa, Iberoamérica, Japón, Corea del Sur y Oceanía, sino también de amplias regiones y esferas de influencia en África, Oriente Medio, Asia Central y del Indo-Pacífico.

A este respecto, es necesario atender a la capacidad real de EE.UU. para contrarrestar los impulsos hacia la desdolarización en un escenario en el que el desarrollo de la tecnología financiera “fintech” y los diversos proyectos  de Monedas Digitales de Bancos Centrales (CBDC) van paulatinamente tomando forma, como tuvimos ocasión de explicar en un trabajo académico (Sanz Bayón, P., “Emisión y regulación de dinero público digital: análisis de las monedas digitales de Banco Central (CBDC)”, Revista de Derecho del Mercado de Valores, Nº 29, 2021).

La clave geopolítica “fintech” vendrá codeterminada por la posibilidad de que aparezcan y consoliden infraestructuras de mercado y proveedores de servicios financieros y tecnológicos que supongan la autonomía o independencia de muchos países y empresas del poder hegemónico de EE.UU y del dólar. En este sentido, cabe mencionar que en el marco del Innovation Hub del Banco de Pagos Internacionales (BIS), algunos proyectos que se están desarrollando tendrían el potencial hipotético de producir esa desconexión de la banca corresponsal anglosajona y del sistema de mensajería interbancaria (SWIFT) que hace posible la “militarización” del dólar a través de la ejecución de la política de sanciones de Washington contra sus enemigos. Lo anterior es un aspecto muy específico de la guerra híbrida geo-tecno-financiera y que sin embargo ha sido bastante soslayado a la hora de analizar esta suerte de “Segunda Guerra Fría” que ya estamos viendo fraguarse en los últimos años.

Un posible desacoplamiento tecno-financiero entre el “Occidente Colectivo” (G-7, OTAN) y los BRICS+ y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), podría tener efectos en no pocos ámbitos internacionales y, puede, asimismo, desestabilizar áreas como Mercosur y la ASEAN, por ejemplo, a la hora del alineamiento y seguimiento de las sanciones impuestas por EE.UU. y de su capacidad para imputar acciones sobre empresas que se ven obligadas a cumplirlas.

Actualmente, de acuerdo con los datos de la Oficina de Control de Activos Extranjeros de EE.UU. (OFAC), además de Rusia, muchos otros países afrontan sanciones de Washington: Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria, Afganistán, Bielorrusia, República Centroafricana, China, República Democrática del Congo, Etiopía, Iraq, Líbano, Libia, Malí, Myanmar, Nicaragua, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Venezuela y Yemen. Las sanciones generales o selectivas impuestas desde Washington han prohibido a las principales empresas y bancos de estos países operar con normalidad, impactando en su capacidad para conectarse con la comunidad financiera global. En respuesta a esta dinámica, la desdolarización se ha establecido como la propuesta abanderada por potencias como China y Rusia para reducir definitivamente su dependencia del dólar y poder eludir las sanciones estadounidenses.

Además de tratar de exportar sus sistemas de mensajería financiera propios (el chino CIPS y el ruso SPFS), la estrategia más potente de los BRICS+ consiste en usar sus monedas nacionales en lugar del dólar para el comercio de petróleo y gas y de otras commodities. Asimismo, con el resto de los miembros de los BRICS+, el objetivo declarado es atesorar cada vez más oro por sus bancos centrales, potenciar el comercio intra-BRICS sin el dólar y avanzar en la propuesta de lanzar una nueva moneda de reserva para desvincularse del dólar.

Un dato revelador de lo anterior se observa con el comercio bilateral entre China y Rusia, que alcanzó un récord de 240.000 millones de dólares en 2023 (un aumento de más del 64% desde 2021), en el que más del 90% de ese comercio ya no usa la moneda estadounidense. Adicionalmente, países como Pakistán han accedido a pagar sus importaciones de combustible ruso con la moneda china, y ante la escasez de dólares en Sri Lanka, Bangladesh y Egipto, la rupia india se ha presentado como una alternativa para el comercio exterior. En Francia, Macron ha insinuado su intención de disminuir la dependencia europea del dólar para las transacciones comerciales.

En la última cumbre de los BRICS en Johannesburgo, en agosto del año pasado, quedó muy patente que la desdolarización constituye uno de los objetivos principales de la alianza. Más dudas hay sobre si sería factible la emisión de una hipotética moneda común (para operaciones mayoristas) ni qué política monetaria adoptaría el New Development Bank (NDB) a través de esa suerte de divisa de reserva BRICS, coloquialmente denominada “R5” (R: renminbi -yuan-, rublo, real, rupia y el rand). ¿Sería una divisa con respaldo en oro y otras materias primas? ¿Qué incentivos tendrían otros países para usarla como alternativa al dólar y dejar de estar afectados a las políticas monetarias de la Reserva Federal?

Evidentemente, el NDB debería alinear sus objetivos con los gobiernos y bancos centrales de los cinco países fundadores de los BRICS, lo cual representa un enorme desafío al ser un grupo de economías con niveles de desarrollo y políticas industriales y comerciales heterogéneas. En la próxima cumbre BRICS+ de Kazán, en el mes de octubre, se verá la firmeza y evolución de este objetivo, y si el grupo prosigue su plan de expansión incluyendo a más países, como pudieran ser Turquía, Nigeria, Bolivia, Argelia, Pakistán, Bangladesh, Tailandia, Sri Lanka y Serbia, entre otros.

Mientras tanto, EE.UU. está sumido en un año electoral que pone de relieve su intensa crisis sociopolítica interna, y se enfrenta a un escenario de incertidumbre tras las presiones inflacionarias de los últimos tres años después de la crisis del Covid-19 y las medidas de política monetaria que adoptó la Reserva Federal. Esto ha perjudicado a los países que han contraído su deuda en dólares. Esta situación, de prolongarse, también podría jugar como un incentivo para aquellos países emergentes y muy endeudados en dólares, que buscarán diversificar su deuda. Sin embargo, la profundidad del mercado de capitales que posee EE.UU. y los tenedores importantes de títulos de su deuda, que incluyen fondos soberanos y bancos estatales, demuestra la capacidad que sigue teniendo EE.UU. para contrarrestar la desdolarización, imponiendo el dólar en los grandes contratos internacionales liderados por sus multinacionales y colocando masivamente los bonos del Tesoro a nivel global. De hecho, aunque se han diversificado las reservas mundiales, los flujos podrían acabar reciclándose en dólares en momentos de tensión, buscando refugio en activos gestionados por Wall Street, la City de Londres o depositados en jurisdicciones offshore anglosajonas.

A pesar de las recientes iniciativas de países como China y Rusia de establecer sus monedas para las transacciones comerciales internacionales y de la reciente propuesta de los BRICS de impulsar una moneda común para socavar su dependencia del dólar, la cuota de la divisa estadounidense en los pagos globales continúa superando la de otras monedas, permaneciendo relativamente estable en los últimos meses en alrededor del 47% (según SWIFT) y representando casi el 59% de las reservas de divisas de los bancos centrales (FMI, “Currency Composition of Official Foreign Exchange Reserve”, marzo 2024).

En este sentido, tendremos que seguir muy atentos no sólo a la coyuntura geopolítica sino también al desarrollo fintech en los países BRICS cuyas innovaciones tecnológicas pueden contribuir determinantemente a su desconexión de los circuitos financieros dominados por EE.UU. El punto de inflexión -que no se producirá ni mucho menos de forma inminente- será la creación de plataformas e infraestructuras digitales que permitan la interoperabilidad de las monedas nacionales de los países BRICS y de sus socios comerciales, para la liquidación y compensación de las transacciones internacionales al margen de las redes y tecnologías bajo control de Washington. Cuando llegue ese momento -y si no se produce antes una Tercera Guerra Mundial- la capacidad de EE.UU. de contrarrestar los efectos de la desdolarización se verá drásticamente reducida.

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