Autor: Albert Cortina
Tras el desencanto por las utopías del siglo XX y la desilusión por el ser humano aparece actualmente el transhumanismo como una nueva utopía inmanente de sustitución para el siglo XXI. Dicha utopía/distopía pretende ser un movimiento de liberación de la condición biológica natural del ser humano, una liberación respecto a su cuerpo finito, frágil y vulnerable.
Incluso podemos ver el transhumanismo no solo como una ideología tecnocientífica sino como un nuevo mesianismo secular, una fe de sustitución respecto a las tradiciones espirituales de la humanidad. Se trataría pues de un neopelagianismo y de un neognosticismo biotecnológico.
El origen del gnosticismo fue una antigua corriente de pensamiento que proponía una comprensión del hombre dualista, en la que el cuerpo era una especie de prisión para el alma humana, chispa divina encerrada en la carne. Los maestros gnósticos trataron de ayudar a los iniciados a vivir según un conocimiento, “gnosis”, de esta realidad para superar la barrera del cuerpo y liberar de ella el alma.
La nueva fe secular del transhumanismo/posthumanismo se basa en la deconstrucción de la naturaleza humana y de la mejora de su condición en relación a todos los aspectos posibles (físicos, cognitivos, sensoriales, morales…) de la persona. Se ensalza el conocimiento que va más allá del cuerpo. De este modo podemos percibir un vínculo entre el pensamiento gnóstico y el desarrollo de la inteligencia artificial y el transhumanismo- posthumanismo.
Se pretende mejorar aquello que somos mediante las biotecnologías exponenciales. Mejorar las capacidades y potencialidades que ya tenemos, ser hombres expandidos, aumentados, e incluso seres humanos con nuevas funciones que les hagan mejores.
Dicho neognosticismo biotecnológico utiliza la pulsión natural del ser humano a perfeccionarse y a trascender. El hombre siempre quiere ir más allá y superar los límites. Quiere tras-ascender. Ser un hombre no-corporal. Incluso alcanzar la condición esencialmente espiritual de los ángeles. Y el transhumanismo-posthumanismo ofrece a las mujeres y a los hombres contemporáneos una cosmovisión que les permite asumir la tentación del “seréis como dioses” ya presente en el origen de los tiempos y que se ha ido perpetuando a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Existe en esa ideología transhumanista-posthumanista un rechazo a Dios porque se le considera culpable de las miserias del cuerpo humano. Un creador tan deficiente, afirman estos movimientos ideológicos, no merece ser adorado como Dios. Es más, para el transhumanismo no existe una instancia espiritual superior al hombre no- corporal. Esa no corporalidad o inmaterialidad del ser humano para dichas corrientes ideológicas resulta hallarse en los datos y en la información. El ser transhumano- posthumano se define por su genoma y conectoma. Su esencia e identidad se encuentra en la información. Por ello se habla en esos colectivos de la “muerte de la muerte” en relación al cuerpo y de la inmortalidad cibernética o digital en relación a la mente, la inteligencia artificial y la consciencia. Lo que algunos autores como Yuval Noah Harari han llamado “religión del dataismo” sería una consecuencia de esa cosmovisión bio-digital del ser humano.
Para esa nueva corriente ideológica el problema es que el cuerpo impone unos límites que no quieren ser aceptados. Se trate de la enfermedad, del sexo, de la edad, del desgaste natural, de la muerte. No se quiere vivir sujeto a ese cuerpo. No se acepta la finitud, fragilidad, discapacidad y vulnerabilidad del cuerpo.
Se quiere mudar la mente del cuerpo de carne al cuerpo de silicio u holográfico incluso para poder salir del confinamiento de nuestro planeta y conquistar el universo cercano y las estrellas.
Como afirma Raúl Sacristán, profesor de la Universidad San Dámaso y experto en psicología de la religión, contradictoriamente a ese rechazo al cuerpo se produce una exaltación y un intenso culto al cuerpo. Ese culto al cuerpo es el culto al hombre que ha dominado a su cuerpo hasta el punto de transformarlo a su gusto en cualquiera de sus aspectos: sexo, formas de sus miembros, edad, funciones y capacidades.
Para el transhumanismo y los movimientos afines, el transhumano es el resultado de haber ejercido la propia libertad morfológica y el presunto derecho fundamental al libre diseño del cuerpo mediante las biotecnologías exponenciales.
Desde ese neognosticismo biotecnológico el ser humano podría vencer pues al propio cuerpo y construir un cuerpo a la medida del hombre, al deseo y gusto del hombre y mujer de la hipermodernidad. El culto al cuerpo actual es en verdad un culto al hombre “señor del cuerpo”, como señala el profesor Raúl Sacristán.
En ese contexto de tecnolatría y de biotecnocrácia se hace hegemónica la concepción sobre la ductilidad y plasticidad de la naturaleza humana desarrollándose una nueva antropología que afirma que podemos dar a la naturaleza humana la forma que queramos e incluso eliminarla para que emerja una nueva condición posthumana.
Observamos pues como esa antropología afecta en lo esencial a los derechos fundamentales de la personalidad de manera que para valorar ese derecho al mejoramiento humano o a la “desmaterialización del cuerpo” desde las biotecnologías, necesitamos entrar necesariamente a analizar el concepto de persona, de dignidad y de libertad. En definitiva, tenemos que posicionarnos respecto a nuestra cosmovisión sobre la naturaleza humana, sobre su condición y su identidad.
Es evidente que necesitaremos para esta nueva etapa de la humanidad una ética de la anticipación, unos principios generales y universales que conformen el bien común en esta era bio-digital y que establezcan unos límites consensuados universalmente a la intervención biotecnológica sobre la naturaleza humana.
ALBERT CORTINA. Abogado y urbanista. Director del Estudio DTUM
26 de septiembre de 2019
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