Autor: Albert Cortina
¿Quién quiere vivir para siempre?
Probablemente desde su origen, desde que tuvo conciencia de sí mismo y de su propia vida, el ser humano descubrió su fragilidad, su mortalidad y su caducidad como individuo ante un inmenso mundo ignoto.Tal vez por eso siempre ha ansiado la inmortalidad. Pues bien, ya existe al menos una empresa que ofrece poder vivir para siempre como un avatar digital.
La empresa Eternime ofrece sus servicios para que las personas en el futuro puedan interactuar con los recuerdos, historias, ideas y voz de una persona ya fallecida casi como si estuvieran hablando con ella en el presente. La citada empresa, que publicita sus servicios bajo el eslogan “Vuélvete virtualmente inmortal” recopila dichos pensamientos, historias y recuerdos y crea un avatar inteligente que se parece a la persona fallecida. Ese avatar, anuncian, vivirá para siempre y permitirá que otras personas en el futuro accedan a los recuerdos de sus personas queridas.
Parece que Eternime quiere preservar para la eternidad los recuerdos, las ideas, las creaciones y las historias de miles de millones de personas. Según ellos, sería como una gran biblioteca que tendria personas en lugar de libros, o una historia interactiva de las generaciones actuales y futuras. “Un tesoro invaluable para la humanidad”, afirma dicha corporación.
Pero, realmente, ¿Quién quiere vivir para siempre?
En estos inicios del siglo XXI, el transhumanismo se presenta como una utopía cuyo propósito último es vencer a la muerte por medios científicos y tecnológicos. Lo mismo promete el cristianismo a través de la Resurrección de Cristo.
No obstante, el transhumanismo promete romper las limitaciones biológicas y rediseñar radicalmente a la humanidad, transformando biotecnológicamente la naturaleza y la condición humana hasta alcanzar en un futuro no muy lejano una nueva condición posthumana.
El transhumanismo no aspira pues a transfigurar a la persona y al conjunto de la humanidad según el espíritu del Creador. Más bien, entre las pretensiones de sus defensores están extender la esperanza de vida o llegar a una superlongevidad, aumentar y potenciar los sentidos y las capacidades físicas, incrementar la memoria y las capacidades cognitivas, y usar, en general, la tecnología para mejorar las condiciones humanas biológicas. Para este neognosticismo materialista y tecnológico el cuerpo humano es defectuoso y habría que sustituirlo por otro soporte no biológico preservando la mente y lo que ellos llaman la “conciencia”.
Si el humanismo puede verse como una especie de religión laica, el transhumanismo definiría su escatología. Esta escatología presupone una determinada comprensión de la naturaleza humana y de su destino. ¿Es esta visión totalmente incompatible con la que ofrece el cristianismo? ¿Puede haber un transhumanismo cristiano? ¿En qué términos? ¿En qué consiste la mejora que llevará al hombre más allá de sí mismo a este estado posthumano o suprahumano del que hablan algunos de los representantes de este movimiento?
Todas estas preguntas y algunas más nos hicimos tanto los ponentes como los alumnos a lo largo del Curso de verano de la Universidad Complutense (UCM) y la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD) titulado El humanismo a debate en el siglo XXI, celebrado en Madrid del 8 al 10 de julio de 2019.
La profesora Miriam Fernández en su ponencia “¿Un transhumanismo cristiano? Vladimir Soloviev y el cosmismo ruso” argumento detalladamente como a su entender el cosmismo ruso es un precedente claro y reconocido de las tesis transhumanistas. Se trata de un movimiento utópico que se consolida a fines del siglo XIX para ofrecer una interpretación del fenómeno de la vida sobre nuestro planeta y de la actuación y misión del hombre como su manifestación más compleja. Entre los temas característicos del cosmismo puede citarse el papel del ser humano en su propia evolución y en la evolución cósmica, la creación de nuevas formas de vida incluyendo un nuevo nivel de humanidad, una extensión ilimitada de la longevidad humana hasta llegar a la inmortalidad, la resurrección física de los muertos o la exploración y colonización del cosmos.
Els cosmismo según explicó la profesora Fernández es un movimiento difuso y variopinto en lo que hace a sus representantes. Se consideran afines al cosmismo escritores de la talla de Dostoievski o Tolstoi, o a filósofos como Soloviev, Florenski, Bulgakov o Berdiáev. En los primeros años de la Unión Soviética se desarrolló una variante científica a la que pertenecieron entre otros, el físico Konstantin Tsiolkovski, quien fuera impulsor de la carrera espacial soviética, o Vladímir Vernadski, al que se debe el concepto de noosfera que en Occidente tomó y desarrolló el antropólogo y jesuita Theilard de Chardin.
Simplemente atendiendo a los temas característicos del cosmismo mencionados anteriormente, queda patente su proximidad a los temas transhumanistas. No obstante, si exceptuamos la rama científica que se desarrolló en la Unión Soviética, la inmensa mayoría de representantes del cosmismo eran cristianos convencidos, algo que, probablemente, no sea uno de los rasgos característicos de los transhumanistas y posthumanistas actuales.
La belleza es la medida de la perfección de la Creación, de su espiritualidad, su bondad, verdad y plenitud.
El filósofo cosmista Nikolai Fiodorov proclamaba ser un ferviente cristiano, y veía la esencia del cristianismo en Cristo, quien trajo con su resurrección la nueva de la posibilidad de una victoria frente a la muerte. Durante toda su vida y a lo largo de su obra Fiodorov mantuvo la convicción de que esta victoria debe producirse y se producirá con la participación de las fuerzas creativas y el trabajo de la humanidad.
Como señala Míriam Fernández, Fiodorov sostenía que el proceso evolutivo se dirige hacia un incremento de la conciencia y la inteligencia y del papel de éstas en el desarrollo de la vida. La humanidad es la culminación de la evolución natural, puede y debe dirigir el proceso evolutivo en la dirección que le dicta su razón, pero también su moralidad.
El mundo no es algo dado, debemos contemplarlo también desde una perspectiva deontológica, vislumbrar como debería ser, y también desde la perspectiva de su desarrollo teoantropológico a través del ser humano. No debemos ver la historia objetivamente, esto es, sin implicarnos en ella, ni subjetivamente, sino proyectivamente, esto es, transformando nuestro conocimiento del mundo en el proyecto de un mundo mejor.
Inmerso en esta perspectiva evolutiva Fiodorov entiende al ser humano como un ser intermedio, en proceso de desarrollo, muy lejos de la perfección, pero llamado a transformar, consciente y creativamente, el mundo exterior y su propia naturaleza. Puesto que el principal rasgo de la imperfección humana es la muerte, la lucha contra ella debe ser la causa común que unifique a toda la humanidad. Fiodorov pensó que la muerte y la existencia tras la muerte deberían ser sujeto de una investigación científica profunda, y la consecución de la inmortalidad y la resurrección los principales objetivos de una ciencia, que debe abandonar los laboratorios para ser propiedad común de todos.
Tal como expuso en el curso la profesora Fernández, conseguir la inmortalidad y la resurrección de todos aquellos que estuvieron con nosotros son dos fines inseparables para Fiodorov. La inmortalidad es imposible ética y físicamente sin la resurrección de los que nos dejaron. No podemos permitir que nuestros ancestros, aquellos que nos dieron la vida permanezcan enterrados ni que nuestros familiares y amigos deban morir. Que el individuo alcance la inmortalidad para sí mismo y para futuras generaciones es sólo una victoria parcial sobre la muerte, sólo es el primer estado, la victoria definitiva se alcanzará cuando todos hayan resucitado y se hayan transformado para disfrutar de una vida inmortal.
La resurrección de los que vivieron en el pasado no puede ser sólo la recreación de su forma física pasada, porque es imperfecta y se centra en una existencia mortal. La idea de Fiodorov es transformarla en una forma autocreadora, controlada por la razón y capaz de renovación infinita. Aquellos que no han muerto deben pasar por la misma transformación, deben convertirse en creadores y organizadores de sus propios organismos.
No obstante, el filósofo ruso es consciente que se ha perdido el sentido de unidad con la naturaleza. Hemos olvidado que un ser humano no actúa de manera aislada, sino como parte orgánica de la naturaleza, de la Creación, y que ésta es una obra divina. Hemos olvidado, en resumidas cuentas, que somos hijos de Dios hechos a su imagen y semejanza.
Para la cosmovisión cristiana el Dios Trinitario que es el mismo Dios-Amor, creó al ser humano como un ser destinado a hacerse libre de la necesidad natural gracias a su propio esfuerzo. A través de la humanidad, Dios actúa en la historia para dar cumplimiento a la promesa del cristianismo: la transfiguración de la naturaleza y la resurrección de los muertos. La historia es el lugar en el que culminará la Creación, el punto de encuentro entre la energía creadora humana y la divina. El ser humano es, así, parte del proceso evolutivo pero, a la vez, es un factor capaz de incidir en la evolución, en el mundo circundante y en su propio ser. De ahí que en su estado actual, para el filósofo cosmista Fiodorov, el ser humano sea un ser intermedio, imperfecto pero a la vez creativo, consciente y con vocación transformadora.
Este modo de entender la naturaleza creativa del ser humano propio del cosmismo es también uno de los rasgos definitorios de su utópica propuesta teórica. Puesto que para el cosmismo el ser humano es un homo creator, no es sorprendente que la relación del hombre con el cosmos sea ante todo una relación estética. Lo que se espera del hombre no es una contemplación pasiva y estática de la belleza de este mundo, sino una contribución activa que haga del mundo un cosmos, se espera un acto creativo que supere los elementos oscuros y caóticos de la naturaleza, de la monstruosidad resultante de su estado de caída que se manifiesta en la muerte, la descomposición y la voracidad imperantes.
Como señala la profesora Míriam Fernández, la belleza en la filosofía del cosmismo más que una categoría estética es una categoría ontológica. Es la medida de la perfección de la Creación, de su espiritualidad, su bondad, verdad y plenitud.
El ser humano como máxima expresión de esta propiedad es también extremadamente sensible a su ausencia y aspira a aumentar la armonía en todas las esferas de la vida. La belleza de este mundo actúa como regulador del comportamiento humano, es una guía para el hombre en la realización de su propósito evolutivo que no es otro que conquistar el caos, vencer la entropía y hacer de este universo ilimitado un cosmos.
Desde la visión del cosmismo cristiano, la ciencia en sí misma debe cambiar radicalmente para transformarse moralmente. Debe ir más allá de los experimentos y observaciones de laboratorio y salir al mundo, debe trabajar no al servicio de la destrucción mutua, no en nombre de una sociedad de consumo, no en beneficio de unos pocos elegidos y privilegiados, no persiguiendo fines egoístas, sino al servicio de la salvación y la regulación de la vida de todos y cada uno de los seres humanos y de la vida en nuestro planeta.
ALBERT CORTINA. Abogado y urbanista.
Director del Estudio DTUM
Barcelona, 17 de noviembre de 2019
PARA SABER MÁS:
WEB: Eternime
http://eterni.me/
VIDEO: Conferencia de Miriam Fernández “Un transhumanismo cristiano? Vladimir Soloviev y el cosmismo ruso” impartida en el Curso de verano de la Universidad Complutense (UCM) y la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD) titulado El humanismo a debate en el siglo XXI, celebrado en Madrid del 8 al 10 de julio de 2019.
VIDEO:Conferencia de Albert Cortina “Humanismo avanzado ante la ideología del transhumanismo” impartida en el Curso de verano de la Universidad Complutense (UCM) y la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD) titulado El humanismo a debate en el siglo XXI, celebrado en Madrid del 8 al 10 de julio de 2019.
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