de Beatrice Servadio Bris

Urueña (Valladolid). Paz, delicadeza, dignidad, simplicidad, exquisita elegancia… Joaquín Díaz es y será siempre inconfundible. Su personalidad impregna, como si fuera una corriente de aire tibio, no solo la pequeña y bella Urueña, donde vive, sino todos los pueblos que están a su alrededor y, querría decir, toda Castilla. Y viceversa. Toda su personalidad es expresión del talante castellano. Por esos lugares todos le conocen y no tienen más que buenas palabras para él.

Urueña (foto Wikipedia)

Fue curioso: salí de Madrid con la sensación de ir a entrevistar a alguien que para mí tenía mucho interés, pero que nadie de mi entorno conocía, y al llegar al primer bar de Tordesillas enseguida me encontré con amigos y conocidos suyos. Me sentí en casa: ya no era el bicho raro que escucha cantantes y canciones viejas que tenía grabadas mi madre desde la época de su juventud, sino la periodista que iba a entrevistar al estimado y buen Joaquín.

Joaquín Díaz abriendo un simposio sobre el paisaje. (foto LS)

Pero, ¿quién es Joaquín Díaz? Es querido, es respetado, apreciado y admirado, pero nada tiene que ver con las celebridades de hoy día. No le gusta exponerse al público, aunque no se aísla ni es distante. Al contrario, enseguida resulta cercano. Atiende a todo el mundo y habla con cualquiera.

Conocer personalmente a un músico y, sobre todo, a un cantante es una experiencia extraordinaria: primero lo conoces a través de su voz, te figuras su rostro, a medida que le escuchas vas descubriendo algunas inflexiones en su canto, algunos matices, en los que crees divisar algo de su personalidad. Lo cierto es que su voz dice mucho de él, pero no todo.

No dice el misterio que cuentan sus ojos. Son pequeños y, tras unas lentes diminutas y antiguas, iluminan su rostro. Me hablan de entereza, y de fragilidad; de paz, y de pasión; me transmiten dulzura y me infunden respeto. Son los ojos de un hombre que ha vivido, que ha luchado, que ha sufrido, que busca y ha buscado, que interroga, que dialoga, que finalmente, ama: al hombre y al mundo.

El amor mueve al mundo y el amor ha llevado a Joaquín a dedicar su vida a la preservación y re-interpretación de la sabiduría popular, de la tradición, en todos sus aspectos, empezando por la música. Así que empecé nuestra conversación preguntándole…

¿Cómo definirías la música?

Joaquín: La definición que enseñan en los conservatorios es: la sucesión ordenada de sonidos y silencios… etc: esta podría ser una definición técnica. Yo definiría la música como uno de los elementos creados por el ser humano que son capaces de modificar más los sentimientos del propio ser humano, un invento magnífico que, bien utilizado, puede ser muy positivo, aunque puede transmitir todo tipo de sentimientos.

¿Cómo empezaste tu labor de recuperación e interpretación de la tradición folclórica española?

J.: Empecé cantando en casa. Iba interiorizando las canciones que cantaban mis padres, lo que oía en la radio… Mi madre, aunque fuera pianista y hubiera estudiado virtuosismo, armonía, dirección de orquesta, no quería que yo fuera músico. Por tanto aprendí música por mi cuenta; de hecho hay gente que se sorprende de cómo toco la guitarra, porque no use un dedo… en fín lo hice todo mal, pero a mi manera. Parece que desde pequeño demostré interés por la música: mi madre me decía que las vecinas salían al patio a escucharme cuando tenía dos o tres años. En el colegio empecé a cantar en una escolanía. De más mayor formé un grupo para cantar en los guateques y en las fiestas de jóvenes. A los 14-15 años nos presentamos un grupo de cuatro amigos a un programa de televisión y, aunque no ganamos, me pareció que de alguna forma me tenía que seguir dedicando a la música. Después de dos años de universidad en Valladolid, me fui a Madrid a dar conciertos de música tradicional (sacada de cancioneros, pero también de lo que recogía de la gente de los pueblos, que arreglaba e interpretaba) sobre todo en las universidades y en los colegios mayores.

La Fundación Joaquín Díaz en Urueña

Dices en una entrevista publicada en El País que empezaste Derecho y Filosofía porque no encontrabas lo que buscabas. ¿Qué es lo que buscabas y no encontraste en esas carreras y sí en la música?

J.: Buscaba un oficio o un trabajo que me gustara. No me gustaba defender a una persona en un juicio… En España en esa época no existían carreras que pudieran gustarme, como antropología, cuyo objeto es conocer al ser humano y todo lo que le atañe, su relación con los demás y el entorno. Cuando era joven tenía mucha prisa para todo. En ese momento solo podía cantar y transmitir lo que yo pensaba que podía ser interesante, porque lo era para mí: todo lo que rodeaba las canciones. Podía cantar esas canciones, pero tenía que transmitir algo más: cómo habían nacido, por qué, quién las había compuesto (si se sabía), que relación tenían con la vida de las personas…

Dejaste derecho y…

J.: ¡Me marché a Madrid a cantar! buscaba en los colegios mayores, en donde había ambiente bueno, se podían decir cosas que en otros sitios estaban censuradas, empecé a entrar en la radio, me financiaba de lo que sacaba cantando. He tenido mucha suerte porque mi padre decía que había que buscar algo seguro y yo precisamente quería todo lo contrario. Pronto empecé a trabajar: en el ’67 me pidieron grabar un disco, en el ’68 entré en una discográfica como director de la sección de internacional, empecé a sacar discos de folcloristas de otros sitios en España, al mismo tiempo que cantaba por todo el país y en el extranjero. También trabajaba para sacar discos de otras personas. Empecé a escribir artículos para Mundo Joven, una de las tres revistas que publicaba la casa de discos donde solía grabar. Poco a poco me empezaron a llamar de muchas partes, y así empezó…

¿Qué papel ha jugado el romance en la formación de la identidad y cultura española?

J.: Decía Menéndez Pidal que el español cuando hablaba lo hacía en octosílabos: daba así a entender que el verso octosílabo, que es el que proporciona su característica fundamental al romance, nos es muy familiar. Podemos cantar, decir, escribir cosas en octosílabos. En octosílabos hemos contado a lo largo de la historia casi todos nuestros avatares políticos, históricos, sociales, etc., y todo eso ha quedado registrado en los romances que son miles y miles (no solo los que se publicaban de los cantados por los ciegos, sino también los que se transmitían oralmente): contaban sucesos, crímenes, y todo eso ha ido formado un corpus muy interesante, porque refleja una identidad. Y no solo la española, sino la hispánica: el romance pasa a América y allí tiene su vida propia. Los primeros barcos que van al Nuevo Mundo llevan en las bodegas cancioneros de romances que se venden allí y luego se imprimen… pero también se componían allí en relación a cosas que iban sucediendo. De manera que el mundo hispánico está totalmente, por un lado, reflejado en el romance y por otro ese romance le da una identidad, una forma de ser.

Una sala del Museo del instrumento musical, en la Fundación Joaquín Díaz (foto Fundación Joaquín Díaz)

¿Cuáles son las diferencias entre el romance español y el americano?

J.: Básicamente que cada uno cuenta las cosas del sitio donde se produce, aunque, que se sepa, hay muy pocos romances de la conquista de América: los romances americanos cuentan cosas americanas, si bien hay personajes que son adaptables, como Delgadina o Gerineldo, que valen en cualquier sitio, ya que cuentan o narran un tipo de persona con características totalmente humanas que pueden ser adaptables a cualquier lugar.

Si existe, ¿cuál es la forma actual del romance? ¿Hay un género musical que corresponde al romance hoy?

J.: A diferencia de la canción, que es un género cerrado, el romance es un tipo de género abierto, que permite usarse con diferentes textos. Yo he compuesto romances: las historias que me inventaba me sirvieron para conocer mejor este género y para demostrar que el romance existe porque alguien lo ha compuesto… y luego la gente lo acepta y lo siente cercano a su tradición porque cree ver en él determinadas características que se adaptan bien a la idiosincrasia musical del lugar.

¿Cuál es la diferencia entre tus romances y los tradicionales?

J.: Ninguna. No hay diferencia entre mis romances y los tradicionales. De hecho los confundieron y los siguen confundiendo. Cuando componía, me basaba en que hay diferentes formas de poner melodía a un texto. Una muy tradicional sería hacer corresponder cuatro octosílabos con el mismo número de frases musicales, las cuales se caracterizan también por una estructura (comienzan de una forma y terminan de otra). Al estudiar tantos modelos de romance, aprendí a componerlos y creo que el experimento funcionó… tengo 50 o 60 canciones que nadie sabía que eran mías e incluso las elegían como más tradicionales respecto a romances que verdaderamente lo eran…

¿Cuál es el estado actual de un género tan poco conocido entre los jóvenes de hoy, como es el folclore?

J.: En realidad tampoco era muy conocido entre los jóvenes de mi tiempo. Hoy hay pocos géneros que los jóvenes canten: escuchan la música popular de hoy, que tiene melodías muy poco cercanas y pegadizas, son más rítmicas… Se podría comparar el rap, que es una continuación del talking blues, con el romance: ambos cuentan historias, aunque el primero se construya sobre una base rítmica y el segundo sobre una melódica.

En general lo que creo que ha cambiado es el aprecio de la melodía: hoy hay más aprecio por el ritmo, diría yo por el ruido… lo cual manifiesta un interés por evadirse, hay como un miedo al silencio porque el silencio casi siempre invita a reflexionar y eso no interesa mucho.

Sala de lectura, Fundación Joaquín Díaz

¿Podrías trazar similitudes y diferencias entre las distintas tradiciones, según su ámbito espacial (entre las regiones españolas) y temporal (entre las diferentes épocas históricas)?

J.: Sí… pero sería muy largo… La música española por un lado se fija en lo que le viene de otras influencias europeas hasta la americana del siglo XX, y por otro también tiene música propia que se abastece básicamente de músicos que componían para diferentes instituciones, como la Iglesia.

Los maestros de capilla, que tenían la obligación de componer para las ceremonias católicas (el Corpus Christi, la Navidad, etc.), no siempre eran eclesiásticos y mezclaban la música de la iglesia con la de fuera… esto manifiesta que entonces no existían esos compartimentos de hoy día (música clásica, música rock, etc.). Un músico era un músico y tenía capacidad para hacerlo, ya fuera para música litúrgica, de baile o de cualquier otro tipo. Se ha estudiado poco la música popular desde ese punto de vista.

Yo me encontré con una obra de una casa del dieciocho que estaban tirando, una partitura de Federico Moretti, músico italiano que revoluciona la música popular española, partitura que probablemente tocó un violinista de finales del XVIII de un pueblo de por aquí… era todo muy libre. La música de los teatros, como la tonadilla, una vez ejecutada en los teatros, había gente que la reproducía en la calle, popularizando así aquellos números que resultaban más interesante para el músico. Tanto era así que la gente dejaba de ir al teatro, porque podía escuchar la obra fuera de él…

Entonces ¿hay más diferencias o semejanzas?

J.: Hay géneros como el bolero, la seguidilla, tipos de baile que se difunden en toda España y luego a partir del XVIII se diferencian, creando la que ahora es música étnica. En el XVI hay un panorama más amplio, mejor para el público. El XVII prepara el cambio del XVIII, se crearon géneros distintos; y esto pasa al XIX, cuando se produce el fenómeno de la provincialización del territorio nacional al estilo de los departamentos franceses: en 1833 se crean las provincias que hoy conocemos. Al respecto, acabo de escribir un artículo sobre las mistificaciones de la historia.

¿Qué piensas de la tendencia al separatismo hoy, en unas CCAA?

J.: Antes de todo, hay que aclarar que los nacionalismos que hoy conocemos son resultado de un nacionalismo español. Los nacionalismos suelen basarse sobre mentiras cuidadosamente preparadas por pseudo-historiadores que, si necesitan un argumento, lo crean. Por ejemplo, la historia de España que yo estudié se corresponde con las ideas de los que la escribieron.

Los nacionalismos se fundamentan en mentiras. En España existen las mugas, los límites que quería marcar el señor feudal: donde llegaba el sonido de la campana el terreno era suyo. La palabra «muga» parece resumir una de las principales obsesiones de los habitantes de este país: el gusto por las fronteras. Cuando éstas no son físicas, se crean mentalmente. La muga o mojón significa el hito que señala los límites intelectuales, culturales o antropológicos que los ibéricos hemos creado o heredado sin rechazos.

La fuerza de la costumbre parece siempre vinculante y contra ella rara vez se alzan la razón o la curiosidad por conocer al «otro», al vecino de la tierra de al lado, al que parece mostrarnos sus «diferencias» como una forma de afirmar su propia personalidad. Las naciones –y posteriormente los nacionalismos– que surgen a la sombra de esas mugas no son sino fórmulas diversas (creaciones artificiales del derecho político) de idear un espacio seguro; un modo como otro cualquiera de salvar los miedos seculares: miedo a lo distinto, temor a descubrir que el otro no es como nosotros y que puede incomodarnos porque nos obliga a reflexionar sobre su mentalidad. Y la mentalidad, lo sabemos, es el conjunto de creencias que determinan la manera de pensar de alguien. ¿Cómo se forman en realidad esas creencias? ¿Son verdades objetivas? Es decir, ¿son principios incontestables o simplemente ideas que se nos transmiten con la educación o con la propaganda y a las que luego nos aferramos por comodidad?

Los límites siempre son artificiales.

Tú has recuperado los romances sefardíes: ¿Cómo lo has hecho?

J.: El motivo siempre es la curiosidad: me pareció interesante la existencia de gente que sale de España y durante siglos mantiene una tradición que se parece mucho a la mía. En el ’68 di un concierto para profesores de español en Burgos en el que canté una canción sefardí. Al final del concierto se presentó un señor de Los Angeles llorando, porque esa canción se la cantaba su madre. Empezó así una amistad, fui a EEUU a grabar a toda la comunidad sefardí de Los Angeles. Recogiendo y estudiando esas canciones, noté que compartían con las españolas bastantes parecidos, tanto en contenido textual como en melodía. Los judíos españoles al ser expulsados en el siglo XV van a Portugal, Italia,Turquía, Grecia, norte de África y allí van recibiendo la influencia de esos sitios. Por ello no se puede decir solo que se trata de música española.

Para interpretar los romances, ¿en qué te basas?

J.: Es el único ámbito en el que he inventado algo. Vamos, no he inventado nada, pero he creado una forma musical muy personal, porque yo no escuché nunca a un cantante cantar un romance, la parte musical tenía que ponerla yo. Trataba de descubrir dónde estaba la melodía, estudiaba cómo poner un acompañamiento… Siempre he tratado de dar un toque personal, pero no sabría definir en qué consiste, no he tenido nunca una voluntad de hacer de la música algo racional. Lo canto como me parece que debe ser. Me cuesta mucho analizarme, acepto todo lo que me dicen sobre mi voz. No racionalizo mucho. Hay otras actividades, como descubrir cómo hacer un romance, que sí requieren un trabajo intelectual. Pero lo otro, o me sale de dentro o no me sale.

Voy a grabar un disco de nanas, que me cuesta muchísimo, no sé por qué. Estoy grabando otras cosas de otra gente, porque me he atascado con ese disco, ya está hecho todo, no me queda más que ponerme 10 o 12 días a pensar cómo lo voy a cantar, tengo que tener muy claro mentalmente cómo lo voy a hacer, porque no suelo ensayar, ensayo mentalmente.

¿Has colaborado con algún cantante?

J.: Mucho con Amancio Prada. El vive aquí en Urueña. Recuerdo que un día estaba enseñándole una puesta de sol en un montículo y, al mirar hacia atrás, vimos una luna enorme que salía al mismo tiempo: por eso se compró aquí una casa. Siempre recuerda que fue a un recital de Paco Ibáñez en Valladolid, de ahí viene mi amistad con él… y cantamos mucho en casa. Cuando se pone en plan familiar es estupendo, yo le tengo mucho afecto.

Amancio Prada

Con Victor Jara no llegué a cantar. Organicé la Bienal de sonido, un certamen para casas de discos, cantantes, y premiamos la colección de DICAP, la discoteca de cantar popular. Y ahí estaban discos de Jara, Parra, Quilapayún y justo a poco de dar el premio se produjo el golpe militar en Chile. Me quedé con una de las pocas colecciones completas de Quilapayún, de hecho todo lo que se sacó en España después me lo pidieron a mí.

He cantado con mucha gente de América. Soledad Bravo cantó conmigo hace muchos años, porque había escuchado un disco mío en Venezuela, y resulta que era un disco pirata.

Yo no me considero un anciano y tengo 68 años. Los medios de comunicación utilizan esquemas del pasado. En el siglo pasado uno de 60 años era anciano, pero ahora ya no.

A mí lo que me gusta, más que grabar, es cantar libremente. Con Joan Baez nos hemos escrito cartas. Todas las cartas que me han escrito (30 y tantas mil) se las di a una fundación especialista en epistolarios. No la llegué a conocer porque no se ha dado la ocasión.

¿Tienes inteción de seguir con tu labor? ¿Tienes algun heredero?

J.: Como no sé hacer otra cosa… Y de momento la salud no es mala. Hombre, sí me gustaría que alguien siguiera. Bueno, tengo un heredero que es uno de los mejores zanfonistas del mundo, Germán Diaz. Pero tampoco tengo interés en tener herederos. Si alguien está interesado, yo se lo explico. No sé, todo lo que he reunido aquí, quién se lo quedará…

Valladolid, 2014, homenaje pare los primeros 50 años de actividad de Joaquín Díaz

Pero seguro que hay mucho por descubrir todavía…

J.: Muchísimo, y lo que ya se ha descubierto, hay que volver a leerlo y analizarlo porque muchas cosas pueden tener otras lecturas. A mí me gustaría volver a entrevistar a mucha gente que conocí, con la experiencia que tengo ahora. Muchas veces preguntaba a algún informante por canciones, pero no por qué había elegido precisamente esa canción. Y eso es muy importante. Cuando eliges una canción, la eliges por algo, porque te gusta la melodía… el repertorio es algo personal, tiene que ver con el lenguaje, y con otras cosas. Aunque muchas veces no hubieran sabido responderme, a mí me hubieran dado unas claves que más tarde he tardado en encontrar.

Me parece que soy músico, en el sentido más amplio de la palabra: me gusta la música, disfruto con ella, pero también es un oficio, un motivo de investigación. La música me llena la vida, la respeto mucho, tengo un concepto elevadísimo de ese arte que da sentido a la vida de mucha gente. No es solo un hecho artístico, y hoy día más… en todos los sitios estás oyendo música, te montas en un ascensor y hay música. Por tanto sí es importante para la gente, y para mí especialmente.

¿Qué música escuchas?

J.: Quitando el rap, aunque alguna vez también lo escucho porque me gusta saber que es lo que se cuece, por placer escucho cosas muy determinadas. Estoy suscrito a un canal, Medici tv, hoy por ejemplo estaba viendo The indian queen de Henry Purcell. Cuando tengo un rato me pongo esto y lo paso de miedo, no me pongo a leer periódicos: escucho música si tengo tiempo, no solo música clásica y música antigua, también grupos modernos.

¿Cómo transcurren tus jornadas?

J.: Me levanto a las 6. De 6 a 7 y media u 8 contesto correos, muchos habitualmente. De 8 a 9 trabajo en cosas en las que tengo que concentrarme, como escribir un artículo. A las 9 me tomo el segundo café con la gente que está ahí ese día (la plantilla se reparte para poder estar todos los días, también sábado y domingo ): vemos las cosas que hay en el día hasta las 2. Puedo tener una visita o atender a un grupo que lo haya pedido…comemos arriba, en casa. Luego cada uno se va a su trabajo y sigo hasta a las ocho. A las ocho me siento a escuchar música. Llevar la Fundación es complicado, catalogar materiales, colaborar con fundaciones que te piden por ejemplo un libro sobre indumentaria – hacemos muchos libros electrónicos, en nuestra página hay publicaciones digitales.

¿Quiénes son los que trabajan contigo?

J.: Siempre han trabajado conmigo. En el año ’82 empecé a pensar que se podía hacer un centro donde se podía reunir todo el material y pedí a la universidad de Valladolid que me mandara alguien que me escribiera las fichas mecanográficas. Se ofreció una joven, pero no sabía escribir a máquina y lo hacía en casa. Javier trabaja mucho aquí, vino cuando tenía 12 años y le dije si quería trabajar aquí, empezó muy pronto; 4 personas de las que trabajan aquí son de Urueña.

¿Cuál es el papel de una institución como la universidad para la música de que te ocupas?

J.: Yo he estado en el Consejo Social de la universidad de Valladolid, o sea que he visto la universidad por dentro. Tiene muchos problemas, uno de ellos es la falta de apertura mental del profesorado, porque suele ser muy cómodo limitar dentro de lo posible su área de conocimiento y evitar relacionarse con otras. Una de las razones de hacer la Fundación es hacer que quien viene aquí tenga la oportunidad de tener relación con otros que están trabajando en otras disciplinas, el mismo tema a lo mejor, eso es muy positivo y es lo más científico que la uni puede hacer, pero no lo hace, y el que trabaja en un departamento no quiere saber nada de los demás. Y eso no es científico: lo científico es dudar, es relacionarte, que te pregunten y seas capaz de responder, y tener una visión amplia. La uni como institución me parece estupenda, y es la forma de adquirir conocimientos universales. Pero en este momento se ha quedado parada en el tiempo. Yo he dejado de dar clases en la uni de Valladolid porque era terrible dar tantas horas de clase. Yo me traía mis estudiantes a la Fundación, prefería que estuvieran aquí charlando y que me contaran sus cosas y yo las mías: es una manera más vital de aprender.

¿Qué opinas del IVA cultural, que está al 21% ?

J.: Es una medida fiscal, que nada tiene que ver con la cultura. Sí, pero hay muchas cosas que no pueden ahogar la cultura, lo que puede suceder es que las manifestaciones de la cultura se produzcan más difícilmente, si yo quiero crear no me lo impide ni el 21%, ni nada. Por supuesto que es una locura y el tiempo se volverá en contra de lo que han hecho, pero hay tantas cosas que están mal hechas…

¿Consideras que nos hallamos en un momento de transición?

J.: No, creo que no. Pero sería dificilísimo contestar con prudencia a esa pregunta, porque durante media vida he intentando pasar a una situación mejor. He escrito mucho sobre esa transición y sobre la necesidad que teníamos en ese momento de cambiar las cosas. La gente que quisimos cambiar y tuvimos la posibilidad de hacerlo, creo sinceramente que hemos fracasado: hemos conseguido una sociedad mucho más mezquina, todo lo que a mí me ilusionaba y pensaba que la sociedad podía hacer, no se ha conseguido… Esta etapa no la considero de transición, la considero muy triste, muy poco creativa. Aquella etapa dio mas posibilidades, aunque luego lo hiciéramos mal.

Lo único que se puede hacer es no meterse en ese agujero negro. Muchas cosas de las que disfrutamos en realidad no son un disfrute, la gente no trabaja en lo que quiere, es una vida completamente irracional, y hemos llegado al convencimiento de que esto es lo mejor.

Lo que he hecho toda mi vida es no hacer lo que la inercia de la sociedad me llevaba a hacer.

Tienes que pararte, y entiendes que lo que quieres va en contra de lo que la sociedad considera el éxito. No me interesaba el éxito. Me importaba hacer muy bien lo que iba a hacer. Y en cierto modo creo que la comunicación es importantísima. Tú puedes analizar, pensar, hacer algo artístico pero en el fondo necesitas decírselo al otro. Tienes que buscar el canal de comunicación más adecuado. Te tienes que plantear qué es lo que puedes hacer mejor para comunicar lo que quieres comunicar. Si lo voy a hacer cantando, me tengo que dedicar a ello con todo interés y capacidad. Hay que ver cuál es la vía más adecuada. Totalmente claro no lo he tenido nunca, pero hay que hacerlo, una vez que tengo la edad suficiente para decir: soy responsable, la vida es construir algo que se parezca a tu ALMA. Construir la personalidad. Antiguamente uno se construía su casa, porque esa era una manera de construir su personalidad. Cuando sueñas con una casa, te estas buscando a ti mismo, es tu vida lo que estás tratando de analizar. Hay un sueño del que habla Jung: uno se ve bajar a otro piso, bajar hasta ver esqueletos en un sótano, lo cual es un retorno a lo más primitivo de su alma.

Yo, cuando sueño con una casa determinada de aquellas en que he vivido, estoy tratando de volver a algo de esa casa que no tengo solucionado, o que tengo solucionado pero quiero volver a ello por algún motivo.

Ahora dedicas mucho tiempo a la Revista de Folklore

J.: La Revista de Folklore nace en el 1980, y es mensual. Es un intento no académico de comunicar trabajo sobre la tradición, sobre el folklore en sentido amplio. Porque en realidad yo sigo usando la palabra y el concepto de William Thoms, que inventó ese término: el se encontró con la dificultad de definir todo aquello que no era una antigüedad, sino que se había mantenido a través del tiempo y había llegado hasta nosotros. Algo que tiene historia, evolución, permanencia. No era arqueología, sino pensamiento, tradiciones antiguas que habían llegado a nuestros días…Era propiamente folklore, sabiduría popular.

Con la Revista de Folklore, todos los que trabajamos en ella, tratamos de mantener las antiguas tradiciones. Y, además, la revista desde su fundación pretendía que, si una persona quería contar su experiencia, pudiera hacerlo. Porque si no tenía un medio como el nuestro, ninguna otra revista le habría brindado esa posibilidad.

Ya son casi las ocho, llevamos dos horas hablando…me doy cuenta de que tengo que poner fin a la entrevista. Apagamos la grabadora. Y siento como si volviera a la realidad, después de un viaje largo y maravilloso. No a otro lugar ni a otra época histórica… un viaje fuera del tiempo, en una dimensión fascinante, siempre joven, siempre antigua, presente en todos los tiempos, siempre igual, siempre distinta, siempre ligada al pasado, pero en evolución: la dimensión folklórica, la tradición. Arroja luz sobre la historia, sobre nuestros antepasados, ayudándonos a que no caigan en el olvido, e ilumina el presente, para que, nosotros que lo vivimos, podamos comprenderlo mejor.

Joaquín Díaz trata de vivir en esa dimensión, muchas veces tan olvidada, la rescata de varios lugares del pasado en que se había quedado atrapada, la libera, para que pueda retomar vida, la cuida, la quiere, y, así, rejuvenecida, nos la entrega a cada uno de nosotros.

(diciembre de 2016)

Para más informaciones: http://www.funjdiaz.net/

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