La era posterior a la Guerra Fría ha estado dominada por la llamada Pax Americana, que – hasta hace poco – ha proporcionado un orden relativamente estable en el que EE.UU. y sus aliados han marcado en gran medida el rumbo geopolítico y geoeconómico. La gran mayoría del comercio mundial se realiza en dólares estadounidenses y en organismos y organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Instituciones en las que el hegémon estadounidense mantiene un peso decisivo, junto con los demás países del G7.

A nivel teórico, el origen de los denominados BRIC se remonta a Jim O’Neill, economista vinculado al banco de inversión norteamericano Goldman Sachs, quien realizó proyecciones en el año 2001 señalando que algunas economías emergentes tenían el potencial de convertirse en las primeras cuatro potencias del mundo en el año 2050. En la praxis, hay que irse a unos años después de esta formulación, a 2007, cuando Brasil, Rusia, India y China fundaron el grupo BRIC con la esperanza de cambiar esta situación. Sudáfrica se unió en 2010 y los BRIC se convirtieron en BRICS. A principios de 2024, Arabia Saudí, Irán, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto y Etiopía se unieron por iniciativa de Pekín, convirtiendo a los BRICS en BRICS Plus.

A nivel comercial, un hito sobresaliente lo encontramos en la cumbre de Nueva Delhi en 2012, donde los BRICS alcanzaron dos acuerdos destinados a reducir los costes de transacción de sus operaciones, como fueron el Acuerdo para Extender Facilidades Crediticias en Moneda Local (a través del Mecanismo de Cooperación Interbancaria de los BRICS) y el Acuerdo Multilateral de Confirmación de Líneas de Cartas de Crédito (entre los bancos de desarrollo y comercio exterior de estos países). Posteriormente otro hito muy destacable lo encontramos en 2014, cuando se firmaron los acuerdos para la creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y la creación de las Reservas de Contingencia (CRA). Entonces, a penas se hablaba de los BRICS, pero hoy es una pieza clave que explica el juego del tablero geopolítico.

Una alianza muy heterogénea

Aparte de su escepticismo hacia el sistema económico y financiero internacional dominado por EE.UU., los miembros de BRICS Plus no tienen mucho en común. Sus diferencias históricas son dignas de atención. Cabe recordar que tres de los cinco países fundadores de los BRICS tienen desde hace décadas complejas relaciones (de alianzas y enfrentamientos) en una misma área geopolítica compartida, como son la antigua Unión Soviética (del que Rusia era el país vertebrador), China e India, lo que implica un gran conocimiento mutuo. No es lo mismo, claro está, el caso de Sudáfrica ni el de Brasil, ambos en otros continentes y con otras experiencias históricas en sus relaciones externas.

India y China llevan décadas enfrascadas en un latente conflicto fronterizo en el Himalaya. Además, mientras la economía de la India todavía está relativamente cerrada y centrada principalmente en el mercado interno, la de China está estrechamente entrelazada con las de Estados Unidos y la UE, incluso a pesar de que haya tendencias hacia el desacoplamiento. Por otro lado, Arabia Saudí e Irán son archienemigos que no reanudaron relaciones diplomáticas hasta mayo de 2023 bajo la mediación china y siguen siendo hostiles entre sí en Medio Oriente, a pesar de haber suavizado su enfrentamiento diplomático, que hunde sus raíces en las diferencias religiosas entre el islam sunita y el chiíta.

Aparte de querer desempeñar un papel más importante en el escenario mundial, los cinco miembros fundadores de los BRICS nunca han tenido una completa afinidad. Mientras Rusia y China se han posicionado cada vez más públicamente como alternativa al liderazgo de EE.UU., India mantiene mucha dependencia de EE.UU. Por otro lado, aunque ocasionalmente juegan con la opción antiestadounidense, Sudáfrica y Brasil continúan fomentando estrechos vínculos con Washington.

Los países BRICS Plus también difieren fuertemente en términos de su respectivo peso económico y demográfico. En conjunto, los cinco países BRICS representan alrededor del 41% de la población mundial, aproximadamente el 32% del producto interno bruto global (ajustado por poder adquisitivo) y aproximadamente el 20% de todos los bienes exportados en todo el mundo. Si sumamos los cinco países que componen la parte “Plus”, el bloque combinado representa sólo un poco más: alrededor del 45% de la población mundial, el 36% del PIB global y el 25% de las exportaciones mundiales.

La heterogeneidad podría maximizarse con la ampliación prevista en la cumbre de Kazán en octubre de este año, en la que figuran países como Argelia, Bangladesh, Bielorrusia, Indonesia, Kazajistán, Nigeria, Pakistán, Senegal, Siria, Tailandia, Túnez, Turquía, Venezuela y Zimbabue, entre otros. Si bien es cierto que son economías emergentes, algunas con un mayor acaparamiento del mercado en sus órbitas de producción y otras con una basta población y abundantes recursos naturales, el hecho de figurar en una lista de países candidatos para la adhesión denota el interés y determinación de sus respectivos gobiernos en ser parte de una asociación internacional que pueda brindarles apoyo para fomentar su desarrollo mediante nuevas alternativas comerciales y financieras diferentes a las que ofrece Washington y la UE.

Algunos de los países que se han postulado para formar parte de los BRICS Plus ostentan un rating crediticio bajo y están asistidos por el FMI o al Banco Mundial – es decir, por el sistema de Bretton Woods – asumiendo la pesada losa de la deuda externa y la dependencia del dólar. Su participación en una economía global se ha hecho en muchos casos a partir de procesos de descolonización cuya carga financiera les ha sido impuesta por las potencias occidentales. El Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghai, y presidido por la brasileña Dilma Rousseff, surgiría así para brindar apoyo financiero en la forma de mejores condiciones que las ofrecidas por las potencias occidentales, las antiguas metrópolis, y sin depender tanto del dólar y por tanto de la política monetaria de la Reserva Federal, y de las servidumbres que ello implica hacia las multinacionales e intermediarios de EE.UU. Y por supuesto, también con respecto a las condiciones que determina la política exterior de Washington.

Por tanto, al núcleo fundador de los BRICS, se le irán uniendo en las próximas ampliaciones una curiosa mezcla de países grandes, medianos y pequeños, algunos de los cuales persiguen intereses muy diferentes. No obstante, el BRICS Plus está claramente dominado por China, que representa casi dos tercios de la producción económica del bloque y el 39% de su población. Por muy comprensible que pueda ser la pretensión de liderazgo de Pekín en este contexto, estos desequilibrios son problemáticos para garantizar una acción conjunta en términos igualitarios. Por lo tanto, es probable que el equilibrio entre los intereses de los socios menores y los de la China dominante sea delicado. Y es poco probable que un bloque internacionalmente relevante a nivel económico-comercial sea capaz de emprender acciones políticas coherentes si persiste su heterogeneidad industrial, política, demográfica y sociológica.

La clave de los mercados de materias primas

A pesar de la heterogeneidad de los BRICS antes subrayada, la importancia de la combinación económica del grupo en el mercado de commodities como el petróleo es una de las claves fundamentales para entender su auge, puesto que cuenta con 6 de los 10 productores más grandes del mundo de crudo. En este sentido, dado el potencial que reúnen, el bloque lleva mucho tiempo abogando por un orden mundial multipolar que desafíe la influencia predominante de las potencias occidentales, cristalizado en el G-7 bajo la égida de EE.UU.

Con la inclusión de Arabia Saudí, Irán y Emiratos Árabes Unidos, el bloque representaría el 43% de la producción mundial de petróleo y una proporción muy grande de las reservas mundiales de petróleo. Casi el 40% de los depósitos de tierras raras necesarios para fabricar baterías para vehículos eléctricos, sistemas de almacenamiento de energía y microelectrónica están en manos de China, que también tiene casi el monopolio de su procesamiento. Así, en lo que respecta al suministro de materias primas, el bloque BRICS Plus podría potencialmente someter a Occidente a una presión considerable, en un escenario que recordaría al embargo petrolero de la OPEP en 1973.

La reciente apertura de la negociación de Arabia Saudí a la liquidación de sus ventas de petróleo en otras divisas aparte del dólar muestra señales de un avance en la negociabilidad mundial en otras divisas. Esta no es la única política visible ejecutada por otros gobiernos. Algunos han comenzado a aceptar la moneda de su contraparte en sus contratos bilaterales, como India y Bangladesh, o pueden acordar aceptar la moneda de un tercer país, como pactó Rusia también con Bangladesh, recurriendo al renminbi chino para liquidar préstamos, con el fin de evadir las sanciones occidentales.

Los BRICS desafían al G7 y al dólar estadounidense

Los cinco miembros fundadores del BRICS y los cinco recién vinculados están tratando de demostrar la viabilidad de ejecutar operaciones comerciales a gran escala, sobre todo de commodities en divisas diferentes al dólar, dejando en entredicho la exclusividad de la moneda norteamericana en el comercio internacional. Ahora bien, el G7 todavía representa conjuntamente alrededor del 30% del PIB global, con poco menos del 10% de la población mundial y aproximadamente el 27% de todos los bienes exportados. EE.UU. sigue siendo la economía más grande y la única superpotencia militar, liderando el G7 y dominando la estrategia militar y la financiación de la OTAN. Alrededor del 62% de las reservas monetarias mundiales están invertidas en dólares estadounidenses, en comparación con sólo el 2% en yuanes chinos.

Por tanto, a la luz de estos datos, parece precipitado hablar de un inminente fin de la Pax Americana. Una hipotética Pax Sínica, o en su caso de una Pax BRICS, sólo sería posible si las políticas económicas de China y de sus socios consiguen desdolarizar gran parte de la economía mundial, sobre todo los grandes mercados de commodities, haciendo caer el valor del dólar y encareciendo las emisiones de deuda estadounidense, dificultando en última instancia la financiación del Pentágono y por tanto el sostenimiento del dominio militar global a través de sus 800 bases.

Aunque el formato actual tenga sus limitaciones, por la divergencia de las economías que lo componen, la clave detrás de los BRICS es que China gane más influencia y se asegure petróleo barato de Rusia y de Oriente Medio (Suez, Adén y Ormuz). La iniciativa BRICS Plus también permite a algunas potencias más pequeñas posicionarse como actores en la competencia geopolítica de la incipiente Guerra Fría 2.0 entre China y EE.UU. para evitar de ese modo convertirse en meros peones de un lado o de otro. Allí radica la multipolaridad que patrocinan los BRICS para ir recortando progresivamente la supremacía estadounidense.

Horizonte de cambios en el orden mundial

Los BRICS se han convertido en verdaderos “jugadores globales”, protagonistas e interlocutores de primer nivel, que con la propia constitución y desarrollo de la alianza agudizan las contradicciones de Occidente, cada vez más incapacitado para sostener y asegurar su hegemonía.

Los BRICS se representan a sí mismos como la voz del Sur Global, un bloque alternativo, no occidental, sin subordinación a Washington, que ejerce la defensa de sus intereses heterogéneos con un bajo nivel de discurso “ideológico” y un alto componente pragmático. Sus élites dirigentes comparten elementos racionales y valores “capitalistas”, por lo que sus políticas de desarrollo están naturalmente impregnadas del desarrollismo al modo occidental, pero sin acatar el vasallaje ideológico de los centros de poder de Occidente.

A sus miembros les motiva impulsar un cambio de orden mundial, multipolar, donde estén más representados y puedan realizar proyectos que hasta la fecha no les ha sido posible desarrollar. Quieren comerciar lo menos posible a través del sistema financiero internacional dominado por EE.UU. (dólar, sistema SWIFT y banca corresponsal occidental), ser menos dependientes de Occidente y, sobre todo, mantener su soberanía política y económica sin riesgo a ser sancionados por Washington y la UE. Estos objetivos son precisamente la razón por la que incorporar al bloque a algunos de los principales productores de combustibles fósiles tiene un atractivo particular para China, la principal potencia de los BRICS, a la hora de sentar las bases para una desdolarización paulatina de la economía global que permita yuanizar el comercio internacional e impulsar una eventual divisa de reserva BRICS para las liquidaciones transfronterizas, basada en un estándar tangible (cesta mixta de commodities, oro). Una divisa antítesis del modelo fíat y “financista” que ha predominado en el mundo y que obedece a los intereses de la banca de Wall Street y la City de Londres para proteger la hegemonía de la economía angloamericana.

Tampoco puede soslayarse que, ante un panorama de cambio de orden mundial, una hipotética acción militar de China conducente a la reunificación de Taiwán llevaría consigo la aprobación de medidas punitivas contra Pekín desde Occidente, de forma similar – y probablemente con impacto mayor – a lo que sucedió contra Rusia tras su intervención en Ucrania en 2022. En este sentido, como es lógico, tener a Arabia Saudí, Irán y a Emiratos Árabes Unidos de su lado en caso de conflicto sería económicamente vital para asegurarse el suministro de petróleo y gas natural, además de políticamente útil para deshacer el impacto de las eventuales sanciones occidentales.

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