Autor: Albert Cortina
1. Encuentro para determinar las bases de una ética del bien común para la era digital
Recientemente tuve la oportunidad de participar en el Seminario internacional “El bien común en la era digital” organizado por el Pontificio Consejo para la Cultura y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral celebrado en la Ciudad del Vaticano los días 26 al 28 de septiembre de 2019.
Durante esos tres días, reunidos en la Curia General de los Jesuitas en Roma, numerosos expertos en el campo de las tecnologías más avanzadas, filósofos, teólogos, políticos, economistas y juristas dialogamos sobre los retos que las tecnologías como la inteligencia artificial y la robótica generan en el ámbito de la justicia, la política, la economía, la salud, la ética y las relaciones humanas.
En dicho seminario, al cual sólo se participaba por invitación, estuvieron presentes instituciones públicas y privadas, universidades, y centros de investigación y estudio de la inteligencia artificial y sus aplicaciones en todo el mundo. Entre ellos, miembros del Parlamento Europeo y de la OTAN; Universidades como Harvard, Georgetown, Comillas, Pompeu Fabra, o St. Tomas University; corporaciones como Telefónica, Facebook, Accenture o La Caixa; profesores, políticos, científicos, economistas y juristas.
Entre los participantes se encontraban, figuras tan relevantes en el sector tecnológico como Mitchell Baker, presidente ejecutivo de Mozilla, Gavin Corn, consejero general asociado y director del equipo de Derecho de Seguridad Cibernética de Facebook, el vicepresidente sénior de Western Digital, Jim Welsh y Reid Hoffman, cofundador de Linkedln.
El cardenal Peter K.A. Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral de la Santa Sede, expresó ya en su discurso de apertura que “si la dignidad humana es algo común a toda la humanidad, la protección, el desarrollo y la dignidad de todos se convierte en el marco del bien común”.
A continuación, el seminario se centró en tres áreas particulares que pueden verse afectadas por el desarrollo de las tecnologías de la era digital: la consolidación de la paz y la guerra, el futuro del trabajo y los nuevos horizontes para el bien común.
Los participantes en el encuentro nos hicimos las siguientes preguntas: ¿Son las tecnologías una fuente de esperanza para crear nuevos empleos dignos? ¿Pueden ayudarnos las nuevas tecnologías a implementar una concepción del trabajo más inclusiva e integral? ¿O son, por el contrario, una amenaza para el desarrollo humano integral? ¿Es la tecnología accesible a todo el mundo? ¿Estamos preparados para un uso responsable de las biotecnologías o, por el contrario, estas serán usadas como instrumento de dominación y abuso de poder? Estas son algunas de las cuestiones que se abordaron en dicho Seminario que proponía un nuevo diálogo global sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Para abordar estas preguntas y distinguir como promover el bien común en la era digital actual, el citado seminario se centró en compartir las distintas visiones de los participantes y dialogar entre ellos para desarrollar una comprensión verdadera e inclusiva de las implicaciones de los desarrollos tecnológicos. Teniendo en cuenta la naturaleza globalizada de la investigación y la implicación de actores procedentes de tradiciones éticas, culturales y religiosas muy diferentes, una prioridad del seminario fue explorar si era posible establecer unos niveles de consenso e identificar algunos criterios que pudiesen orientar de una forma compartida una respuesta a los principales retos éticos y sociales de la era digital.
Monseñor Paul Tighe, secretario del Pontificio Consejo para la Cultura afirmó, en una de sus intervenciones del Seminario, que para comprender el desarrollo tecnológico de nuestro período histórico “necesitamos ciertamente expertos en la materia, pero hay cuestiones de naturaleza ética y humana sobre el uso de la tecnología que requieren la respuesta de expertos en filosofía y teología”.
Por otra parte, cabe destacar la importante afirmación de Paul Tighe – el obispo irlandés que algunos consideran el “gurú digital” del Papa – cuando señaló que “el bien común no es solo el máximo para el mayor número de personas, sino que debe extenderse a considerar concretamente a los últimos, los excluidos”.
2. El poderío tecnológico sitúa a la humanidad ante una importante encrucijada
Los avances recientes en el ámbito de las tecnologías digitales, especialmente en cuanto a la inteligencia artificial, han generado un amplio debate sobre las implicaciones sociales, éticas y políticas de estos cambios. Muchas organizaciones, grupos profesionales y gobiernos internacionales están promoviendo la reflexión sobre estos cambios para garantizar que sirvan al bien de todos los seres humanos.
También la Iglesia Católica se pregunta por estos desafíos y señala puntos de vista interesantes para la reflexión. En la encíclica del Papa Francisco Laudato Si’ encontramos algunos de los aspectos más ilustrativos de esa preocupación que proceden del cristianismo.
“La humanidad ha entrado en una nueva era en la que nuestra habilidad técnica nos ha llevado a un cruce de caminos” (Laudato Si’, 102). Por un lado, “somos beneficiarios de dos siglos de enormes cambios”, el resultado de los cuales ha desencadenado una nueva era digital que tiene “infinidad de ventajas para la humanidad” (Laudato Si’, 102). Por otra parte, sin embargo, a menudo el poder de la tecnología se asocia con los poderes económicos y financieros. Aquellos que ostentan este poder creciente y totalizante sobre la humanidad y la naturaleza no están necesariamente “formados para utilizar bien el poder” (Laudato Si’, 105).
En general, el “inmenso desarrollo tecnológico no ha ido acompañado por un desarrollo en la responsabilidad humana y los valores, ni el desarrollo de la conciencia humana sobre la libertad y los límites antropológicos” (Laudato Si’, 105). Además, “la humanidad ha asumido la tecnología y su desarrollo según un paradigma no diferenciado y unidimensional” (Laudato Si’, 106). Un paradigma que exalta al individuo y a su libertad desconectada de las relaciones sociales y naturales que constituye el sujeto, y otro paradigma que responde al mito del progreso ilimitado. Así, “el paradigma tecnológico se ha vuelto tan dominante que tiende a absorberlo todo”, condicionando y configurando nuestros estilos de vida (Laudato Si’, 108).
3. El progreso tecnológico de la humanidad debe estar basado en el bien común
El viernes 27 de septiembre, festividad de San Vicente de Paúl, los participantes en el Seminario “El bien común en la era digital” fuimos recibidos por el Papa Francisco en la bellísima Sala Clementina del Vaticano.
Por su enorme interés, publicamos a continuación íntegramente el discurso que el Papa dirigió a los participantes en la citada audiencia:
“Sres. cardenales, queridos hermanos y hermanas,
Doy la bienvenida a todos los participantes en el Encuentro sobre el “Bien Común en la Era Digital”, promovido por el Pontificio Consejo para la Cultura y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y agradezco al cardenal Ravasi su presentación. Los notables avances en el campo de la tecnología, especialmente en el de la inteligencia artificia tienen, cada vez más, implicaciones significativas en todos los ámbitos de la actividad humana; por lo tanto, considero que los debates abiertos y concretos sobre este tema son más necesarios que nunca.
En mi Encíclica sobre el cuidado de la casa común, tracé un paralelismo básico: el beneficio incuestionable que la humanidad puede obtener del progreso tecnológico (cf. Laudato si’, 102) dependerá de la medida en que se utilicen éticamente las nuevas posibilidades disponibles (cf. ibid., 105). Esta correlación requiere que, paralelamente al inmenso progreso tecnológico en curso, haya un desarrollo adecuado de la responsabilidad y los valores.
De lo contrario, un paradigma dominante -el “paradigma tecnocrático” (cf. ibíd., 111)- que promete un progreso incontrolado e ilimitado se impondrá y quizás incluso eliminará otros factores de desarrollo con enormes peligros para toda la humanidad. Con vuestros trabajos, vosotros, habéis querido contribuir a prevenir esta deriva y a hacer concreta la cultura del encuentro y del diálogo interdisciplinario.
Muchos de vosotros sois actores importantes en diversos ámbitos de las ciencias aplicadas: tecnología, economía, robótica, sociología, comunicación, ciber-seguridad, y también filosofía, ética y teología moral. Precisamente por eso, expresáis no sólo diferentes habilidades, sino también diferentes sensibilidades y enfoques variados de los problemas que fenómenos como la inteligencia artificial abren en los sectores de vuestra competencia. Os agradezco que queráis encontraros entre vosotros en un diálogo inclusivo y fecundo, que ayuda a todos a aprender unos de otros y no permita a ninguno encerrarse en sistemas pre-confeccionados.
El principal objetivo que os habéis fijado es ambicioso: alcanzar criterios y parámetros éticos básicos, capaces de dar orientaciones sobre las respuestas a los problemas éticos que plantea el uso generalizado de las tecnologías. Soy consciente de que para vosotros, que representáis tanto la globalización como la especialización del conocimiento, debe ser arduo definir algunos principios esenciales en un lenguaje que sea aceptable y compartido por todos. Sin embargo, no os habéis desanimado en el intento de alcanzar este objetivo, enmarcando el valor ético de las transformaciones en curso también en el contexto de los principios establecidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por las Naciones Unidas; de hecho, las áreas clave que habéis explorado ciertamente tienen repercusiones inmediatas y concretas en la vida de millones de personas.
Es común la convicción de que la humanidad se enfrenta a desafíos sin precedentes y completamente nuevos. Los nuevos problemas requieren nuevas soluciones: el respeto de los principios y de la tradición, de hecho, debe vivirse siempre con una forma de fidelidad creativa y no de imitaciones rígidas o de reduccionismo obsoleto. Por lo tanto, creo que es digno de elogio que no hayáis tenido miedo de declinar, a veces también de forma precisa, los principios morales tanto teóricos como prácticos, y que los desafíos éticos examinados se hayan enfrentado precisamente en el contexto del concepto de “bien común”. El bien común es un bien al que aspiran todas las personas, y no existe un sistema ético digno de ese nombre que no contemple ese bien como uno de sus puntos de referencia esenciales.
Los problemas que habéis sido llamados a analizar conciernen a toda la humanidad y requieren soluciones que puedan extenderse a toda la humanidad.
Un buen ejemplo podría ser la robótica en el mundo laboral. Por un lado, podrá poner fin a algunos trabajos fatigosos, peligrosos y repetitivos -pensemos en los que surgieron a principios de la revolución industrial del siglo XIX- que a menudo causan sufrimiento, aburrimiento y embrutecimiento. Sin embargo, por otro lado, la robótica podría convertirse en una herramienta puramente eficiente: utilizada sólo para aumentar beneficios y rendimientos, que privaría a miles de personas de su trabajo, poniendo en peligro su dignidad.
Otro ejemplo son las ventajas y los riesgos asociados con el uso de la inteligencia artificial en los debates sobre las grandes cuestiones sociales. Por una parte, se podrá favorecer un acceso más grande a las informaciones fiables y garantizar, pues, la afirmación de análisis correctos; por la otra, será posible como nunca antes, hacer circular opiniones tendenciosas y datos falsos, “envenenar” los debates públicos e incluso manipular las opiniones de millones de personas, hasta el punto de poner en peligro las mismas instituciones que garantizan la convivencia civil pacífica. Por eso, el desarrollo tecnológico del que todos somos testigos requiere que nos reapropiemos de nosotros mismos y reinterpretemos los términos éticos que otros nos han transmitido.
Si el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos considerarlo un progreso real. Si se convirtiera en enemigo del bien común, el llamado progreso tecnológico de la humanidad, conduciría a una desafortunada regresión a una forma de barbarie dictada por la ley del más fuerte. Por lo tanto, queridos amigos, os agradezco vuestro trabajo en un esfuerzo de civilización, que también se medirá por el objetivo de reducir las desigualdades económicas, educativas, tecnológicas, sociales y culturales.
Habéis querido sentar las bases éticas para garantizar la defensa de la dignidad de cada persona humana, convencidos de que el bien común no puede disociarse del bien específico de cada individuo. Mientras una persona sea víctima de un sistema, por muy evolucionado y eficiente que sea, que no consiga valorizar la dignidad intrínseca y la contribución de cada persona, vuestro trabajo no estará terminado.
Un mundo mejor es posible gracias al progreso tecnológico si éste va acompañado de una ética basada en una visión del bien común, una ética de libertad, responsabilidad y fraternidad, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las personas en relación con los demás y con la creación.
Queridos amigos, gracias por este encuentro. Os acompaño con mi bendición. ¡Qué Dios os bendiga a todos! Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias”.
4. El bien común y la dignidad intrínseca de la persona humana
El cardenal Gianfranco Ravasi estuvo presente en la sesión inaugural del seminario y dirigió unas palabras al Papa Francisco en su audiencia del 27 de septiembre.
He escuchado alguna vez reflexionar al cardenal Ravasi sobre los desafíos al bien común de los avances tecno-cientificos e incluso sobre los retos éticos y sociales que nos plantea la ideología del transhumanismo/posthumanismo. En el libro ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano (Fragmenta, 2015) que coordinamos el científico Miquel-Àngel Serra y yo, Ravasi ya exponía en un texto datado el 02.07.14 su preocupación por la afectación que supone el paradigma tecnocrático en relación a los conceptos de persona, dignidad, libertad y naturaleza humana.
En efecto, Gianfranco Ravasi nos advierte en el citado texto que “mucho más delicados en el plano ético son, en cambio, los análisis o las intervenciones radicales y profundas sobre el ser humano. Podríamos abrir aquí el complejo capítulo de las neurociencias cognitivas, que han propuesto nuevas teorías sobre la mente. Los 100.000 millones de neuronas que componen nuestro cerebro, análogas a las estrellas de la Vía Láctea, convierten esa realidad en otro microcosmos, en el que, sin embargo, no se debaten únicamente cuestiones fisiológicas y biológicas, sino que emergen múltiples interrogantes filosóficos y teológicos. Pensemos únicamente en la categoría del “alma”, en la cuestión de la conciencia y de la responsabilidad moral, en la misma religiosidad o en la relación mente-cuerpo, que tienen evidentes implicaciones para otras disciplinas como la antropología, la psicología, la ética y el derecho”.
Para Ravasi es necesario “ser conscientes de que el conocimiento humano no es monódico, sino polifónico y polimorfo, porque comprende no solo la vía científica y tecnológica, sino también la estética y la moral, la filosófica, la espiritual y la religiosa”.
Einstein, en su autobiografía De mis últimos años, llegaba a acuñar esta famosa frase: “La ciencia sin la religión esta coja. La religión sin la ciencia está ciega”. Y al final de su existencia, en 1955, como a modo de testamento, dejaba, en el manifiesto firmado junto con Bertrand Russell, una apremiante llamada: “Nosotros, los científicos, llamamos, como seres humanos, a otros seres humanos: recordad vuestra humanidad y olvidad el resto”.
Al finalizar las sesiones del seminario sobre el bien común en la era digital, todavía me dio tiempo para visitar una de las cuatro basílicas mayores de Roma: la Basílica de Santa Maria la Mayor.
En un lugar central de la nave, bajo el altar principal donde se venera el misterio acaecido en Belen hace más de 2.000 años, pude leer una sencilla frase que contemplé en la interioridad de mi corazón. Tengo que confesar que para mí resultó un magnífico contrapunto a los debates intelectuales del encuentro organizado por el Consejo Pontificio de la Cultura y por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral de la Curia Romana en el Vaticano. La humilde oración decía así:
“Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Amén”.
Recordé entonces la frase que nos dijo el Papa Francisco en su discurso a los participantes en el Seminario:
“Mientras una sola persona sea víctima de un sistema, por muy evolucionado y eficiente que sea, que no logre valorizar la dignidad intrínseca y la contribución de cada persona, su trabajo no estará terminado”.
ALBERT CORTINA. Abogado y urbanista. Director del Estudio DTUM
29 de septiembre de 2019
PARA SABER MÁS:
WEB: seminario
https://www.digitalage19.org/
VIDEO: Discurso de apertura del Cardenal Peter K.A. Turkson
http://www.humandevelopment.va/content/dam/sviluppoumano/eventi/digitalage19/26-09-2019%20Common%20good%20Digital%20age%20welcome.pdf
VÍDEO: Presentación del Cardenal Peter K.A. Turkson
DOCUMENTO: Ponencia de Mons. Bruno-Marie Duffé
http://www.humandevelopment.va/content/dam/sviluppoumano/eventi/digitalage19/MsgrBMDuffe_DigitalAge19_eng
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