Autor: Albert Cortina
Acabo de regresar de la I Cumbre Latinoamericana sobre el Futuro de la Comunicación y la Comunicación del Futuro celebrada en Medellín (Colombia) la semana del 15 al 17 de mayo. Una vez ya de vuelta a Barcelona, lleno de ideas inspiradoras, el coordinador de la Cumbre, mi buen amigo Pablo, a raíz del contenido de mi ponencia en dicho evento, me envía una entrevista publicada el 10 de octubre de 2018 en la revista El Cultural realizada al filósofo francés Éric Sadin (París, 1972) sobre los nuevos evangelistas de Silicon Valley y lo que él cree se está produciendo aceleradamente: la “silicolonización del mundo”.
Por otro lado, precisamente en esa misma semana, acababa de mantener una polémica amable con el rector de la parroquia de mi ciudad sobre la nueva Evangelización cristiana a raíz de un artículo suyo aparecido en un medio de comunicación local en el que comparaba el talento que se genera en Silicon Valley – epicentro global de las tecnologías exponenciales – con el impulso evangelizador e innovador que ha emprendido en su parroquia, atendiendo a la llamada de una Iglesia Católica misionera y “en salida” propuesta por el Papa Francisco.
Ambas visiones me han hecho reflexionar sobre esos dos caminos que hoy en día compiten en nuestro mundo global: la tecno-evangelización y la nueva Evangelización.
El filósofo francés ya nos alertaba en su ensayo publicado en 2016 titulado La silicolonización del mundo sobre los actuales intereses de las grandes corporaciones tecnológicas y sus efectos en la sociedad y en el conjunto de la humanidad.
Para el autor de libros como La humanidad aumentada, la “tecnoeconomía” en la que estamos instalados ha producido como efecto principal que la tecnología ha sido sometida a la economía financiera y al poder global. Esta confluencia entre economía y tecnología está teniendo como efecto perverso la mediación de la vida y su completa mercantilización. Lo que también ha sido definido en alguna ocasión como el “biopoder”. Según Sadin “las grandes empresas tecnológicas del mundo digital tienen ya la capacidad de acompañarnos continuamente y orientar nuestros gestos con el objetivo principal de incentivar acciones comerciales”. Por otra parte, se está produciendo “la organización algorítmica de las sociedades”, ya que en la revolución digital o 4.0, la conjunción de sensores e inteligencia artificial (el superyó del siglo XXI) presente en todas las fases del proceso productivo, persigue la máxima eficiencia y la “optimización extrema” del rendimiento de los trabajadores, “convirtiendo a los humanos en robots de carne y hueso”.
Hay algo que está claro, vivimos en un mundo hiperconectado por medio de superficies y plataformas que cruzan nuestras vidas cotidianamente, invaden nuestros cuerpos y nos conducen a transitar existencias continuamente asistidas por dispositivos y artefactos omnipresentes. Estamos pues, según Sadin, ante un ideal de civilización muy definido: el de una humanidad aumentada.
Ya en otras ocasiones hemos confrontado esa idea del humano potenciado, extendido o aumentado (transhumano – posthumano) propuesto por la ideología del transhumanismo, a una antropología personalista (coherente con el humanismo cristiano) que nos presenta un hombre y una mujer concienciados respecto a su condición y naturaleza humana basada en la plena unidad cuerpo-alma. A esa cosmovisión que defiendo, y que pretende un desarrollo integral de la persona la he denominado en múltiples ocasiones como humanismo avanzado.
Tal y como reflexiona el filósofo francés en sus escritos, el ideal de humanidad aumentada se basa en la noción de que Dios ha cometido un error con nosotros: nos ha hecho incompletos, inconclusos, imperfectos, vulnerables e insuficientes. La biotecnología, o mejor dicho, la propuesta técnico-económica de nuestro tiempo, dice Sadin, ha venido milagrosamente a resolver entonces todos nuestros problemas.
Entiendo pues, que de lo que se trata realmente con la nueva utopía-distopía transhumanista del mejoramiento humano es de abrazar una nueva fe: la creencia en que la tecnología nos salvará de todo. No necesitamos pues a un Dios Creador-Redentor-Salvador del mundo y del género humano. Se va construyendo pues ante nuestros ojos una nueva tecno-religión global que nos anuncia el próximo advenimiento de la Singularidad basada en un “nuevo mesías”, una Superinteligencia sacralizada a la que la “nueva humanidad” adoraría como hasta ahora ha hecho el ser humano con Dios.
Cabe preguntarse por tanto, si ese tecno-liberalismo que presenta Sadin y esa ideología transhumanista va a permitir otros modelos de existencia individuales y colectivos, o por el contrario, ese determinismo biotecnológico va a transformar nuestras sociedades democráticas en sociedades cibertotalitarias bajo un modelo tecno-económico ofrecido como única solución para responder a nuestras necesidades de desarrollo y de progreso.
Por otro lado, me pregunto también, ¿dónde quedan en ese modelo tecno-liberal hegemónico los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible impulsados por Naciones Unidas para el año 2030? Dicha Agenda Mundial, ¿formará parte también del modelo a implementar por el tecno-liberalismo, o por el contrario, resultará ser la alternativa reformista e institucional a dicho modelo globalizador? Finalmente, ¿hay un modelo alternativo de ruptura?
En ese contexto de globalización biotecnológica ofrecido por el Nuevo Orden Mundial, Éric Sadin nos advierte sobre los discursos de la “nueva raza de los expertos, de los evangelistas de Silicon Valley, a los que se paga muy bien por llevar la palabra /…/, y que aseguran que todo tiene que someterse a la transformación digital, como si estuviera escrito”. Parece que esta es la nueva Torre de Babel, la futura “tierra prometida” anunciada por el lobbying de los evangelistas de Silicon Valley y de los políticos que se someten a ellos. No obstante, cabe preguntarse junto con el filósofo francés ¿podemos al menos tomarnos el tiempo de reflexionar con todas las partes concernidas sobre todo ello?
La sociedad entera debemos prestar atención a todas estas cuestiones porque nos va nuestra esencia como personas, la supervivencia como humanidad dentro de nuestra condición natural, así como el desarrollo y progreso como sociedades democráticas. No debemos pues permitir que los agentes político-económicos y el colectivo tecnocientífico vendan su alma. La arquitectura del nuevo orden global que se está imponiendo en el presente condicionará enormemente nuestras vidas y la de las generaciones futuras. No debemos pues renunciar a nuestro derecho a decidir, atendiendo a unos principios y valores comunes de ética universal. Para ello, en mi opinión, la Ley natural inscrita en el corazón de todos los hombres de todos los tiempos, puede ayudarnos en la confección de una Declaración Universal de los Valores Humanos, que junto a los Derechos Humanos Universales sean una autentica guía de la evangelización secular.
Por otro lado, una creciente espiritualidad basada en el Dios-Amor que predica el Evangelio, puede ayudar a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a orientar de nuevo el sentido y propósito de sus vidas. Ese anuncio permanente de esperanza evangélica y ese soplo renovado del Espíritu puede darnos un nuevo impulso para emprender – también en estos tiempos hipermodernos y biotecnológicos- un camino de perfeccionamiento humano que nos conduzca a la vida eterna. Para ello, los cristianos, imitando a Jesús, ofrecen humildemente una alternativa que creo puede resultar “innovadora” a tener muy en cuenta en este debate tan actual entre tecno-evangelización o nueva Evangelización del mundo.
Barcelona, 28 de mayo de 2019
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